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miércoles, 6 de enero de 2010

el sacrificio

Y otro Le preguntó: "¿Maestro, de qué modo debemos presentar el sacrificio sagrado?” Y Jesús respondió diciendo: "el sacrificio que Dios ama en lo oculto, es un corazón puro. Pero en memoria y como acto de devoción, sacrificad pan ácido, vino mezclado, aceite e incienso. Cuando os reunáis en un lugar para ofrecer el sacrificio sagrado y las lámparas ardan, que el que ofrece el sacrificio -el Angel de la Comunidad o el Anciano- tenga las manos limpias y el corazón puro, y tome de los dones sacrificados: del pan ácido, del vino mezclado y del incienso.

6. "Y que dé gracias por todo, que los bendiga e invoque al Padre en el Cielo, a fin de que envíe a Su Espíritu Santo para que los cubra y los convierta en el cuerpo y la sangre, en la sustancia y la vida del Eterno, que es partida y vertida por siempre y para todos.

7. "Y que los alce hacia el cielo y ore por todos, por los que os han precedido, por los que aún viven y por los que aún vendrán. Tal como os he enseñado, orad vosotros, y que parta el pan e introduzca un trocito en la copa y que bendiga la santa unión y luego la dé a los fieles hablando de la siguiente manera: este es el cuerpo de Cristo, la sustancia de Dios. Esta es la sangre de Cristo, la vida de Dios, por siempre partida y vertida, por vosotros y por todos, para la vida eterna. E igual como Me habéis visto hacer a Mí, haced también vosotros, en el espíritu del amor; pues las palabras que Yo os digo, son espíritu y vida”.

sábado, 2 de enero de 2010

La mente herida

Quizá nunca hayas pensado en esta cuestión, pero en mayor o en menor medida,
todos nosotros somos maestros. Somos maestros porque tenemos el poder de crear y
de dirigir nuestra propia vida.
De la misma manera en que las distintas sociedades y religiones de todo el mundo
han creado una mitología increíble, nosotros creamos la nuestra. Nuestra mitología
personal está poblada de héroes y villanos, ángeles y demonios, reyes y plebeyos.
Creamos una población entera en nuestra mente e incluimos múltiples personalidades
para nosotros mismos. Después, adquirimos dominio sobre la imagen que vamos a
utilizar en determinadas circunstancias. Nos convertimos en artistas del fingimiento y
de la proyección de nuestra imagen y en maestros de cualquier cosa que creemos ser.
Cuando un niño tiene un problema con alguien, y se enfada, por la razón que sea,
el enfado hace que el problema desaparezca y de este modo obtiene el resultado que
quería. Entonces, vuelve a ocurrir, y vuelve a reaccionar con enfado, ya que ahora sabe
que, si se enfada, el problema desaparecerá. Pues bien, después practica y practica hasta
llegar a convertirse en un maestro del enfado.
Pues bien, de esta misma manera es como nos convertimos en maestros de los
celos, en maestros de la tristeza o en maestros del auto-rechazo. Toda nuestra desdicha
y nuestro sufrimiento tienen su origen en la práctica.
Quiero que te imagines que vives en un planeta donde todas las personas padecen
una enfermedad en la piel. Durante dos mil o tres mil años, la gente de este planeta ha
sufrido la misma enfermedad: todo su cuerpo está cubierto de heridas infectadas, que
cuando se tocan, duelen de verdad. Evidentemente, la gente cree que esta es la
fisiología normal de la piel. Incluso los libros de medicina describen dicha enfermedad
como el estado normal. Al nacer la piel está sana, pero a los tres o cuatro años de edad,
empiezan a aparecer las primeras heridas y en la adolescencia, cubren todo el cuerpo.
¿Puedes imaginarte cómo se tratan esas personas? Para relacionarse entre sí tienen
que proteger sus heridas. Casi nunca se tocan la piel las unas a las otras porque resulta
demasiado doloroso, y si, por accidente, le tocas la piel a alguien, el dolor es tan intenso
que de inmediato se enfada contigo y te toca a ti la tuya, sólo para desquitarse. Aun así,
el instinto del amor es tan fuerte que en ese planeta se paga un precio elevado para
tener relaciones con otras personas.
Bueno, imagínate que un día ocurre un milagro. Te despiertas y tu piel está
completamente curada. Ya no tienes ninguna herida y no te duele cuando te tocan. Al
tocar una piel sana se siente algo maravilloso porque la piel está hecha para la
percepción. ¿Puedes imaginarte a ti mismo con una piel sana en un mundo en el que
todas las personas tienen una enfermedad en la piel? No puedes tocar a los demás
porque les duele y nadie te toca a ti porque piensan que te dolerá.
Si eres capaz de imaginarte esto, podrás comprender que si alguien de otro planeta
viniera a visitarnos tendría una experiencia similar con los seres humanos. Pero no es
nuestra piel la que está llena de heridas. Lo que el visitante descubriría es que la mente
humana padece una enfermedad que se llama miedo. Al igual que la piel infectada de
los habitantes de ese planeta imaginario, nuestro cuerpo emocional está lleno de
heridas, de heridas infectadas por el veneno emocional. La enfermedad del miedo se
manifiesta a través del enfado, del odio, de la tristeza, de la envidia y de la hipocresía, y
el resultado de esta enfermedad son todas las emociones que provocan el sufrimiento
del ser humano.
Todos los seres humanos padecen la misma enfermedad mental. Hasta podríamos
decir que este mundo es un hospital mental. Sin embargo, esta enfermedad mental ha
estado en el mundo desde hace miles de años. Los libros de medicina, psiquiatría y
psicología la describen como un estado normal. La consideran normal, pero yo te digo
que no lo es.
Cuando el miedo se hace demasiado intenso, la mente racional empieza a fallar y ya
no es capaz de soportar todas esas heridas llenas de veneno. Los libros de psicología
denominan a este fenómeno enfermedad mental. Lo llamamos esquizofrenia, paranoia,
psicosis, pero la verdad es que estas enfermedades aparecen cuando la mente racional
está tan asustada y las heridas duelen tanto, que es preferible romper el contacto con el
mundo exterior.
Los seres humanos vivimos con el miedo continuo a ser heridos y esto da origen a
grandes conflictos dondequiera que vayamos. La manera de relacionarnos los unos con
los otros provoca tanto dolor emocional que, sin ninguna razón aparente, nos
enfadamos y sentimos celos, envidia o tristeza. Incluso decir «te amo» puede resultar
aterrador. Pero, aunque mantener una interacción emocional nos provoque dolor y nos
dé miedo, seguimos haciéndolo, seguimos iniciando una relación, casándonos y
teniendo hijos.
Cuando tomas conciencia de que todas las personas que te rodean tienen heridas
llenas de veneno emocional, empiezas a comprender las relaciones de los seres
humanos en lo que los toltecas denominan el sueño del infierno. Desde la perspectiva
tolteca todo lo que creemos de nosotros y todo lo que sabemos de nuestro mundo es
un sueño. Si examinas cualquier descripción religiosa del infierno te das cuenta de que
no difiere de la sociedad de los seres humanos, del modo en que soñamos. El infierno
es un lugar donde se sufre, donde se tiene miedo, donde hay guerras y violencia, donde
se juzga y no hay justicia, un lugar de castigo infinito. Unos seres humanos actúan
contra otros seres humanos en una jungla de predadores; seres humanos llenos de
juicios, llenos de reproches, llenos de culpa, llenos de veneno emocional: envidia,
enfado, odio, tristeza, sufrimiento. Y creamos todos estos pequeños demonios en
nuestra mente porque hemos aprendido a soñar el infierno en nuestra propia vida.
Todos nosotros creamos un sueño personal propio, pero los seres humanos que
nos precedieron crearon un gran sueño externo, el sueño de la sociedad humana. El
Sueño externo, o el Sueño del Planeta, es el Sueño colectivo de billones de soñadores.
El gran Sueño incluye todas las normas de la sociedad, sus leyes, sus religiones, sus
diferentes culturas y sus diferentes formas de ser. Toda esta información almacenada
dentro de nuestra mente es como mil voces que nos hablan al mismo tiempo. Esto es
lo que los toltecas denominan el mitote.
Pero lo que nosotros somos en realidad es puro amor; somos Vida. Y lo que
somos en realidad no tiene nada que ver con el sueño, pero el mitote nos impide verlo.
Ahora bien, imagina por un momento que pudieses visitar un planeta en el que
toda la gente tuviera una mente emocional distinta. La manera en que se relacionarían
los unos con los otros sería siempre feliz, siempre amorosa, siempre pacífica. Ahora
imagínate que un día te despiertas en ese planeta y que ya no tienes heridas en tu
cuerpo emocional. Ya no tienes miedo de ser quien eres. Ya no te importa lo que la
gente diga de ti, porque no te lo tomas como algo personal y ha dejado de producirte
dolor. Así que ya no necesitas protegerte más. No tienes miedo de amar, de compartir,
de abrir tu corazón. Ahora bien, esto sólo te ha ocurrido a ti. ¿Cómo te relacionarás
con la gente que padece heridas emocionales y que está enferma de miedo?
Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional están
completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiecen a aparecer
las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infecten con veneno emocional. Pero,
si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su manera de comportarse, verás
que siempre están jugando. Los verás reírse sin parar. Su imaginación es muy poderosa
y su manera de soñar una auténtica aventura de exploración. Cuando algo va mal
reaccionan y se defienden, pero, después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar
su atención en el momento presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose.
Viven el momento. No se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro.
Los niños pequeños expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar.
Cuando nos comportamos como niños nos
resulta maravilloso porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia
natural. Somos inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor.
Pero ¿qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero?
Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los adultos ya padecían esa
enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa. ¿Y cómo nos la
transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser como ellos. Así es
como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así es como nuestros padres,
nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda una sociedad de gente enferma
nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra atención, y, mediante la repetición,
llenaron nuestra mente de información. De este modo aprendimos, y de este modo
programamos una mente humana.
El problema reside en el programa, en la información que hemos almacenado en
nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños, les enseñamos un lenguaje, les
enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un modo determinado. Domesticamos a
los seres humanos de la misma manera que domesticamos a un perro o a cualquier otro
animal: con castigos y premios. Esto es perfectamente normal. Lo que llamamos
educación no es otra cosa que la domesticación del ser humano.
Las personas fingimos ser muy importantes,
pero, a la vez, creemos que no somos nada. Ponemos mucho empeño en ser alguien en
el sueño de esa sociedad, en ganar reconocimiento y en recibir la aprobación de los
demás. Hacemos un gran esfuerzo para ser importantes, para triunfar, para ser
poderosos, ricos, famosos, para expresar nuestro sueño personal e imponer nuestro
sueño a las personas que nos rodean. ¿Por qué? Pues porque creemos que el sueño es
real y nos lo tomamos muy en serio.

La maestria del amor


Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como
«mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos los han definido como una
nación o una raza, pero de hecho, fueron científicos y artistas que crearon una sociedad
para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados.
Establecieron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la
ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en
el que «el hombre se convierte en Dios».
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su sabiduría
ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquista europea, sumada a un
agresivo mal use del poder personal por parte de algunos aprendices, hizo necesario
proteger el conocimiento de aquellos que no estaban preparados para utilizarlo con
buen juicio o que hubieran podido usarlo mal, intencionadamente, en beneficio propio.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca se conservó y transmitió de
generación en generación por distintos linajes de naguales, y aunque permaneció oculto
en el secreto durante cientos de años, las antiguas profecías vaticinaban que llegaría el
día en el que sería necesario devolver la sabiduría a la gente, como ha sucedido ahora
con el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, que ha sido
guiado para divulgar estas poderosas enseñanzas.
El conocimiento tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad de la que
parten todas las tradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunque no es una religión,
respeta a todos los maestros espirituales que han enseñado en la tierra, y si bien abarca
el espíritu, resulta más preciso describirlo como una manera de vivir que se caracteriza
por facilitar el acceso a la felicidad y el amor.
Un tolteca es un artista del amor,
un artista del espíritu,
alguien que, en cada momento,
en cada segundo, crea el más bello arte:
el arte de soñar.
La vida no es más que un sueño,
y si somos artistas,
crearemos nuestra vida con amor
y nuestro sueño se convertirá
en una obra maestra de arte.


EL GRAN CIENTIFICO

Contamos con un avance tecnológico que se queda obsoleto en comparación con la gran maravilla tecnológica que es la "VIDA".

En nuestro mapa genético se encuentra toda la información sobre cualquier invento fabricado por el hombre.Desde una cámara fotográfica hasta un avión.

¿Quien diseño la vida?¿Quien fue nuestro arquitecto?¿con que fin nos pusieron aquí, en este planeta?


Rabí Itzjak Dijo: Una vez pasó un viajero por un castillo en llamas y se preguntó: “¿Es posible que este castillo no tenga un mayordomo?”. Recién en ese momento se le presentó el dueño del castillo y le dijo: “Yo soy el amo del castillo”. Así también nuestro patriarca Abraham preguntó: “¿Acaso alguien puede decir que este mundo no tiene arquitecto y supervisor?”,

recién entonces el Santo Bendito Sea, se le apareció y le dijo: “Yo soy el Dueño del mundo”
Bereshit Rabbá 39:1

La compleja estructura del mundo ha asombrado al hombre por milenios y los avances tecnológicos no han hecho nada para calmar ese asombro. De hecho, durante este siglo, gracias a la tecnología, los investigadores han revelado aspectos en la estructura del universo que hacen parecer a las observaciones de los últimos dos mil años prácticamente insignificantes.
Consideremos, por ejemplo, el descubrimiento de James Watson y Francis Crick en el año 1953 sobre la función y estructura del Ácido Desoxírribo Nucleico (ADN), una cadena de elementos químicos que se encuentran en cada célula humana. Watson y Crick comprobaron que el ADN contiene un plano perfecto de cada detalle físico del cuerpo: huellas digitales de los dedos de las manos y de los pies, piel, cabello, color de ojos, forma y tamaño del corazón.
Absolutamente todo.

El ADN puede ser comparado con la memoria de una computadora digital. Cada bit de memoria representa un cero o un uno. Así, una computadora puede almacenar imágenes completas, traduciéndolas a códigos de millones de ceros y unos. Asimismo, los peldaños de la hélice del ADN pueden ser sólo de dos clases, del tipo A (adenina + timina) o del tipo B (Citosina y Guanina), de esta forma toda la cadena puede almacenar una foto comprensible, tridimensional del cuerpo traduciendo esa foto a un código de tres millones de peldaños tipo A y B. Sin embargo el ADN no es como una computadora en cuanto a su eficacia en el almacenamiento. Si guardáramos electrónicamente el mapa completo contenido en una sola cadena de ADN, tomaría trillones de bytes de computadora. En cambio el ADN comprime toda esa información en una minúscula molécula con forma de doble hélice equipada con el equivalente de ni más ni menos que 375 millones de bytes*1.
El ADN lleva a cabo esta hazaña almacenando mensajes en casillas.

Muchos eslabones en la escalera participan en varios mensajes superpuestos simultáneamente. El Dr. Michael Denton, un microbiólogo australiano, explica este fenómeno comparando el código genético al código Morse: “una secuencia de símbolos en el código Morse puede contener información para dos palabras y ser leído de dos formas distintas” 1 destaca Dentón, ilustrándolo con este ejemplo:

Letra Código Morse

A •-
I ••
M – -
N – •
Mensajes Cruzados:

M A N A
- – • – - • • – • • •
M I N I

Esta línea del código Morse, con sólo suficientes puntos como para codificar alrededor de cinco letras, puede hacerlo con ocho cuando los mensajes se superponen. En teoría, un código podría ser encasillado docenas o centenas de veces en la profundidad del mensaje. Sin embargo los programadores de computadoras todavía no han podido inventar un método que lleve a cabo la tarea con tanta intensidad.
Fantásticamente, esto es lo que hace el ADN, almacena en una serie de sólo unos pocos billones de eslabones el diseño de partes del cuerpo formado por trillones y trillones de células. Según las palabras de Denton:

“La capacidad del ADN para almacenar información supera bastamente la de cualquier otro sistema conocido; es tan eficiente que toda la información necesaria para especificar un organismo tan complejo como el hombre, pesa menos que unas miles de millonésimas de gramo. La información necesaria para especificar el diseño de todas las especies de organismos que han existido en el planeta podría ser contenido en una cucharita de té y todavía habría lugar para la información de todos los libros que hayan sido escritos”.

¿Cómo sabe el cuerpo dónde empezar a leer el código de ADN para, por ejemplo, formar una nariz? ¿Cómo evita leer accidentalmente el mensaje incorrecto y poner nuestra oreja o codo donde debería ir la nariz? El código de ADN comienza con una tabla de contenidos, por así llamarlo.
Uno de los primeros mensajes codificados de la cadena le dice al cuerpo dónde fijarse en la cadena para encontrar los demás mensajes. La cadena de ADN también contiene una descripción codificada de ella misma. Cada vez que el cuerpo construye una nueva célula, la célula madre se fija en sí misma, lee su propio plano y produce una copia exacta de sí misma para la nueva célula.

Lo maravilloso del diseño del mundo no se termina con el ADN.
Cada parte del cuerpo codificada en la cadena de ADN manifiesta una estructura sofisticada. Nuestro ojo, por ejemplo, cuenta con siete millones de sensores de color llamados conos que nos dan una imagen detallada en un enorme espectro de condiciones luminosas.
Cuando hay insuficiente luz para una visión a color exacta, los conos se desactivan y unos 120 millones de sensores de blanco y negro ultrasensibles llamados bastones se activan. Otra computadora en nuestro nervio óptico acepta las señales de estos 127 millones de sensores, los decodifica en señales más compactas, y las envía a unos cientos de miles de fibras nerviosas que se dirigen al cerebro a una velocidad de un billón de impulsos por segundo y mientras todo esto sucede: la pupila monitorea y mantiene la iluminación a un nivel consistente dentro del ojo; un sistema de enfoque ajusta “las lentes” para lograr una imagen más clara mientras un sofisticado sistema de mejoramiento de imagen clarifica diminutas manchas en la visión causadas por el movimiento del cuerpo o la oscuridad.

Además de las dos unidades de video montadas en nuestra cabeza, estamos equipados con aparatos igualmente complejos para detectar y analizar sonidos, gustos y olores. Virtualmente cada centímetro cuadrado de nuestro cuerpo está atestado con sensores de presión y temperatura, y detectores de balance montados a ambos lados del cráneo que constantemente nos reportan nuestra orientación en la superficie de la tierra.
Nuestro sistema inmune detecta y responde instantáneamente a intrusos virales y bacteriales. Nuestros sistemas respiratorio y circulatorio mantienen el perfecto balance oxigeno – dióxido de carbono a través de todo el cuerpo.

El sistema digestivo remueve y almacena proteínas, carbohidratos y grasas de las comidas, separando y excretando elementos que el cuerpo no puede usar.
Un perfecto sistema de “bola en hueco” permite a nuestros huesos un movimiento fluido; tendones, ligamentos y piel atan nuestras extremidades sin comprometer su flexibilidad; los músculos mueven todo el sistema esquelético, respondiendo con igual precisión al más bajo o intenso mensaje nervioso, mientras tanto, en todo momento, el cerebro y su red de trabajo compuesto por más de un millón de billones de conexiones nerviosas, alcanzan a supervisar todas estas operaciones y muchas otras.
El hombre nunca ha tenido éxito en construir una computadora que pudiera competir con el almacenamiento de información del ADN y su capacidad reproductiva. Tampoco ha construido cámaras de televisión que imiten el nivel de brillo del ojo humano, flexibilidad focal y habilidades de procesamiento de imágenes. Tampoco todavía ha juntado una red de comunicaciones con tantas conexiones específicas como un solo cerebro humano*2. El cuerpo humano minimiza en complejidad cualquier objeto que el hombre haya diseñado jamás.

Hasta ahora sólo nos hemos concentrado en el orden obvio de los seres humanos. No hemos todavía mencionado los diseños inmensamente sofisticados existentes en plantas, peces, aves y otros animales. Es suficiente decir que el plano necesario para diseñar un árbol, un tiburón, un colibrí, un escorpión o un gorila, eclipsaría los planos del avión de guerra más sofisticado de los EE.UU.
Tampoco hemos discutido aún el inmensamente sofisticado sistema físico de la tierra en sí, el sistema solar y otras galaxias.
Por ejemplo, si faltase carbono, hidrógeno, oxígeno o nitrógeno en nuestra atmósfera, o si contuviera los cuatro elementos pero en diferentes proporciones, la vida, como la conocemos nosotros, sería imposible. Si el promedio de temperatura en la tierra fuese diez grados mayor, las rocas de la superficie del suelo liberarían mayores niveles de CO2, estimulando así un efecto invernadero abrumador que evaporaría los océanos y destruiría todo tipo de vida. Por el contrario, si fuese diez grados menor, el congelamiento glaciar aumentaría en los polos elevando el porcentaje de calor solar reflejado al espacio y así provocaría una glaciación global.1 Otro ejemplo: si la tierra girase en una órbita apenas más cercana al sol, nuestro planeta se hubiera incinerado no mucho después de empezar a existir. Por el contrario si girase en una órbita un poco más alejada del sol, la tierra se habría congelado también hace mucho tiempo.

Consideremos: si la velocidad expansiva de la explosión inicial apenas un segundo después del Big Bang hubiese sido menor hasta por una parte en cien mil billones, el universo hubiera re colapsado antes de alcanzar su tamaño actual.*3 Finalmente, es redundante decir que nuestra supervivencia depende, aparentemente, de la increíble coincidencia que ninguno de los billones de meteoritos, planetas y estrellas volando en el universo choquen con la tierra.

Todavía no nos hemos fijado en las leyes físicas y químicas balanceadas con increíble precisión. Por ejemplo: cambios minúsculos en la fuerza electromagnética, o fuerzas nucleares Fuertes y Débiles, prevendrían la formación de elementos biológicamente esenciales como el carbono y el hidrógeno. Pequeñas alteraciones en la fuerza de gravedad prevendrían la formación de planetas y estrellas. La probabilidad de que todas estas fuerzas naturales converjan con el poder necesario como para sustentar un ambiente biótico al azar es infinitesimal, ni hablar de la probabilidad de que estas fuerzas mantengan su perfecto alineamiento cada instante de los últimos casi seis mil años.
Cuanto más mira uno el universo, más orden y precisión encuentra.
Todo ese orden y precisión genera una pregunta: ¿Quién o qué lo diseñó todo?

*1Cada uno de los tres billones de eslabones de ADN de doble hélice es capaz de guardar un solo código binario, así como el 0 o el 1 guardado en un bit de una computadora. Siendo que hay ocho bits en un byte, los tres billones de eslabones corresponden a 375 millones de bytes (375 gb) del almacenamiento de una computadora.

*2 Denton apunta que: “También si solo un centésimo del cerebro fuese organizado específicamente,todavía representaría un sistema contenido en un número mucho mayor de conexiones especificas que toda la red de comunicaciones del mundo entero” (Pág. 330-331)

*3Lawrence M. Krauss, de la Universidad de Yale comparó las probabilidades de que el universo se expandiera al promedio correcto a que alguien adivine con exactitud cuántos átomos hay en el sol.(Scientific American. Octubre de 1990 Pág. 78)

Lawrence Kelemen